ESOS NICOLAITAS DEL APOCALIPSIS

julio 20th, 20137:44 am

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Nicolaítas. Dicen: (del gr. nikolaítes, «seguidores [secuaces] de Nicolás»). Secta herética en la iglesia apostólica. Se la menciona sólo en el comienzo del Apocalipsis, en el pasaje de las cartas simbólicas dirigidas por Adonai a través de Cristo a las «siete Comunidades que están en Asia». Según ellas, Cristo alabó a la Fraternidad de Efeso por «odiar» las obras de los Nicolaítas (Ap. 2:6), y censuró a la de Pérgamo por aceptar algunas de sus enseñanzas (v. 15).
El autor cristiano extrabíblico más temprano que menciona a los nicolaítas es Ireneo (c. 185 d.C.), que los identifica como una secta gnóstica:
«Juan, el discípulo del Señor, predica esta fe [la de la divinidad de Cristo], y procura, por la proclamación del evangelio, eliminar ese error que Cerinto ha diseminado entre los hombres, y mucho antes de éste los llamados nicolaítas, que son una rama del falsamente llamado conocimiento [gnosticismo], para confundirlos, y persuadirlos de que hay sólo un Dios que hizo todas las cosas por Su Palabra [y Jesús es sólo Su Profeta].»
Si así fuera, estaríamos en los suburbios de las futuras propuestas de Arrio y Mahoma, quienes negaban la naturaleza divina del Mesías. Rudolf Steiner, entre los antropósofos del siglo XX, ha trabajado (y dilucidado) sobre este asunto con una meticulosidad que honra a los alemanes.
Ireneo -seguido por Hipólito y otros-, presenta la teoría de que la secta se originó en las enseñanzas de Nicolás, uno de los siete primeros diáconos ordenados por los apóstoles, un «prosélito de Antioquía» (Hch. 6:1-3, 5). Según la Doctrina oficial: no hay evidencia de que esta tradición sea digna de confianza. Y Clemente de Alejandría defiende a Nicolás diciendo que “sus seguidores lo malinterpretaron”.
¿Qué más se dice aún?
¡¡Nicolaítas!!
Para algunos, es una designación genérica de una herejía; para otros, una secta secular cuyas concepciones en concreto ignoramos. La Biblia de Jerusalén dice en nota que se trató de una doctrina que recopilaba las especulaciones de los gnósticos del siglo II. Watchman Nee creía que designaba a quienes aprobaron con su criterio el establecimiento del dominio de las jerarquías sobre la Comunidad de Creyentes, organizándolos en iglesias; en concreto, alude a un grupo de creyentes que se consideraban a sí mismos superiores a los cristianos comunes y, en virtud de ello, asumían su control; en este caso parece referirse, entre otros, a Saulo de Tarso, judío fariseo, pero ciudadano romano, auto designado Apóstol de los Gentiles. Otros autores, en cambio, piensan que los nicolaítas eran opuestos a toda norma o autoridad, una especie de anarcos santificados, anticipación de los pelagianos, los priscilianistas y los cátharos.
Se nos dice por la Doctrina oficial, en cambio, que los Nicolaítas del s II d.C. aparentemente continuaron y extendieron las proposiciones de sus adherentes del s. I, a saber: aferrarse a la libertad de la carne, y enseñar que las obras de ella no tienen efecto sobre la salud del alma y, en consecuencia, ninguna relación con la salvación. Hay también evidencias de una secta gnóstica en el s III d. C. que lleva el mismo nombre, pero que no consta ya en ninguna parte el sesgo herético de su doctrina (para los avisados, quede bien retenido el mensaje).
No se sabe a ciencia cierta cuáles eran las prácticas religiosas de los nicolaítas.
En el comentario del Apocalipsis más antiguo que se conoce, escrito por Victorino de Pettau en el siglo II, éste habla de los nicolaítas como «hombres falsos y turbadores que, ministrando bajo el nombre de Nicolás, crearon para ellos una herejía, diciendo que las viandas ofrecidas en sacrificio a los ídolos, podían luego ser exorcizadas y comidas sin reparos, y que cualquiera que cometiere fornicación podía recibir la paz al octavo día». Posiblemente, esta descripción sea otra especulación.
Para algunos, en fin, lo más conveniente para la paz sería dejar el asunto sin tocar y tomar a los nicolaítas en conjunto, arrumbados con las otras doctrinas falsas denunciadas por la Patrística.
Apreciamos demasiadas contradicciones como para no ver aquí manipulaciones interesadas, supresiones y deformaciones, que han logrado confundir los hechos junto con los nombres de sus autores.
Veamos, pues, qué es el Nicolaísmo, doctrina filosófica helénica precristiana, sin ningún Nicolás, seguidor, apóstol o santo.
Han sido propuestas las más diversas hipótesis sobre este término que aparece sin traducir en las diversas versiones contemporáneas de la Biblia, Apocalipsis 2:6,15, (incluso, simplemente la de aceptar que quiere decir «los seguidores de Nicolás», sea este quien sea).
El término Nicolaísmo viene del griego νικολαιτων y significa «los partidarios del Conquistador» o «los del pueblo dominado por el Víctor o Triunfador» (νικο = el humillador, λαως = gente, seguidores). Otra interpretación del término, sería «Señorío Dominador de los Discípulos», que parece aludir a un Autoritarismo Integrista; esto cuadra con lo indicado por William Branham, que postula en su libro “Las 7 edades de la Iglesia” que esta corriente nicolaíta, surgida en los primeros años de la Iglesia (edad de Éfeso), se impuso al pueblo fiel a través de la degradación en la vida espiritual de los convertidos, lo que en las edades posteriores se fue intensificando gradualmente.
Para entender la opción de los nicolaítas, definamos etimológicamente la palabra. Nicolaíta proviene del griego NIKÉ que significa victoria y NIKÓ o dominante sobre otros; y LAOS que significa plebe, pueblo, gente común, seglar o laico (laico deviene de LAOS). De ahí podemos analizar la composición NICO-LAOS que viene a ser algo así como «predominio del clero sobre la plebe» (la gente, los laicos, diríamos hoy).
Y, ahora, es importante considerar el mensaje a las Fraternidades de Asia Menor detallado en el Apocalipsis capítulos 2 y 3, (las cuales en las traducciones del libro habituales ya no se llaman Hermandades —de vida en común—, sino que, sesgadamente, se denominan las Siete Iglesias.
A lo largo de la historiografía dominante se ha interpretado que el mensaje a las siete organizaciones, sin duda una colección de valor simbólico (siete es la letra Hebrea ZAIN, la saeta, la luz astral, el Arcano el Carro), denota el estado espiritual que cada una ha vivido a través de la historia, desde los apóstoles hasta la prometida venida del Señor. Las cartas mencionan a los nicolaítas sólo en dos de las organizaciones: Éfeso y Pérgamo. En el caso de Éfeso, es una aprobación a su rechazo tajante de las propuestas de los nicolaítas, pero en el de Pérgamo es una dura reprensión por haber aceptado y puesto en práctica la doctrina de los nicolaítas. Se deduce que en esa entidad, se había consolidado y llevado a la cuotidianidad aquella corriente de pensamiento.
¿Cuál sería la obra de esa corriente, y cual la doctrina de los nicolaítas?
La carta a Éfeso destaca y aplaude su pureza, su fidelidad al modelo inicial de una comunidad cristiana, tal como era el día de Pentecostés, mientras que la carta a Pérgamo nos muestra la decadencia espiritual de dicha organización en los tiempos tempranos en que Mariam de Betania escribe su Apocalipsis —atribuído tardíamente sin base a un Juan de Zebedeo, y hoy referido a un Juan anónimo, tal vez el responsable de la versión corregida que introduce el vocablo “iglesias”—. Recordemos que estamos ante un texto magistralmente críptico y simbólico: Éfeso significa “Deseada”, empero Pérgamo significa “Casamiento”, o sea, “Compromiso bajo contrato”.
Se entiende: la Fraternidad de Pérgamo, que había seguido inicialmente el patrón del Cenáculo de Betania en Jerusalem, del que Lázaro fue dueño y Mariam fue “episcopa” (ama de casa), aquel que fue domicilio de Jesús, residencia comunitaria de los seguidores y hermanos de Jesús durante su Vida Pública, su Pasión y tras la Resurrección, Pérgamo, decimos, había decaído hasta llegar al punto de olvidar su compromiso con su Fundador y, definitivamente, “contraer matrimonio” con otro Señor. ¿Estamos ante el triste paso de que nos habla Arnold J. Toynbee en que una sociedad deja de estar orientada por una minoría creadora para estar regida por una minoría dominante? La pregunta que nos asalta inevitablemente es ¿con quién se había “casado” la Comunidad de Pérgamo?
Para responder esta pregunta, es prudente considerar lo que la Carta apocalíptica le reprocha a esta organización: “Yo conozco tus obras, y dónde moras: donde está el trono de Satanás” (Apoc. 2:13)
La Biblia es sumamente clara en precisar que el Trono de Satán no está en el cielo ni en el infierno, sino que es en el Mundo que llamamos físico. Jesús El Ungido lo dijo con plena claridad:
“No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el Príncipe de este mundo [Belial], y él nada tiene que haya en mí”. Cuarto Evangelio [¿Juan? 14:30]
Considerando esto, ya podemos saber con quién se casó la organización de Pérgamo. Ésta consideraba que ella no debía ser independiente de los intereses públicos, ni estar alejada del mundo, ni predispuesta a salir de él. Pérgamo, la organización casada, mora en este mundo y reside donde está el trono del mismo diablo. Pérgamo tipifica, pues, el compromiso asumido con los poderes temporales por la Institución antaño cristiana, el Reino —“mi Reino no es de este mundo”: Jesús a Pilato, (¿Juan? 18,36)—; o sea con el Estado Imperial Romano y con sus intereses materiales. A saber: las convicciones horizontales de un amor fraterno entre iguales habían sido desechadas, con el fin de alzar una Babel jerárquica, al modo y modelo jurídico, piramidal, del Poder en activo en esa época. Habían llegado a ubicar al Mundo por encima de las enseñanzas del Fundador. La fraternidad horizontal de Pérgamo se había convertido en una «Iglesia» vertical.
En resúmen, en tiempos tan tempranos como los de la primera redacción del Apocalipsis, existían simbólicamente siete organizaciones cristianas, pero sólo seis tenían bienes en común y sólo en ella los más adelantados servían a los neófitos de esa Fraternidad. La otra, Pérgamo era ya una Iglesia ordenancista y normatizada. ¿La primera Iglesia cristiana en la historia?
(Lo más afín que existe hoy a lo que los griegos pre-cristianos llamaban EKKLESIA, sería un burocrático Ministerio, de Hacienda, concebido para recaudar, o del Ejército, concebido para reclutar).

Digámoslo ya:
Es ridículo que el Mensaje de Adonai llegara a “anatematizar” a nadie por sendas estupideces tan pasadas de fecha como quejarse de que, en el seno del Imperio Romano o en su entorno gentil, se comieran viandas y alimentos procedentes de sacrificios dedicados a dioses ajenos al Estado de Israel; o de que era perdonable que se Hiciera El Amor copulando, que eso significaba “fornicare”: el panadero metiendo y sacando la pala en el horno (¿cómo, si no?).
A los nicolaítas, en la soberbia del siglo en que veían su triunfo final, no se les ocurrió otra forma de desacreditar el anatema recibido que atribuyéndolo a malhechuras desprestigiadas: la represión, en realidad, fue desde luego por otro motivo; o sea, por un grave motivo: por sustituir el liberal espíritu de una Fraternidad de amor por la férrea disciplina sin libertad de una Burocracia en forma de pirámide, o sea La Iglesia Romana, pronto subdividida en de Oriente y Occidente. Siglos más tarde, a eso se le llamó Leviatham.
No era la libertad lo que se rechazaba en el Apocalipsis, sino la sumisión disciplinada, la esclavitud de pensamiento y de palabra.
Muchos ubican el período del establecimiento definitivo de esta Iglesia aproximadamente hacia el año 320 d. C., en pleno gobierno de Constantino, el gobernante que por primera vez institucionaliza el concepto de césaro-papismo, o sea la presencia de un líder político y religioso, que en la actualidad se conoce como Papa, simétricamente instalado junto al Emperador.
Así pues, en conclusión, la obra y doctrina de los nicolaítas consistió en jerarquizar a la cristiandad, destruyendo el armazón horizontal, para levantar uno piramidal. Esa es la obra y doctrina que, según el Apocalipsis, tanto aborrece El Señor Dios. Así nace el clero (Niko) y el laicado (Laos). Una casta clerical con privilegios especiales, fuerte vínculo con el César y un evidente dominio sobre el resto del pueblo (laicos). Pronto, por cierto, entre los laicos se incluye a la totalidad de las mujeres.
Irónicamente, la doctrina conciliar romana, había suprimido el concepto de reencarnación y divorciado al hombre “Jesús El Rabino” de la mujer “Mariam La Episcopa” —aunque cualquier judío del siglo uno sabía que para ejercer como Rabino en la Sinagoga era preciso estar formalmente casado—. Y Él fue declarado esposo de Su Iglesia: diabólica forma de definir matriarcalmente el patriarcado: el dulce Jesús, casado sin divorcio posible con una impersonal organización de poder burocrático, comprometido con una madre abstracta, seca y estéril, sin hijos que parir ni lactar, un ziggurat viril de empinados escalones (el escalafón es el escalafón) que, como Babel, se yergue desafiante ante los siete cielos.
Es evidente que el imperio del Islam abásida, sucesor del totalitario Califato de Damasco, toma a Roma como modelo y se estructura en su jerarquía piramidal aún más rígidamente que el sistema romano, fusionando los poderes civiles y religiosos en una sola persona: un teócrata. El Islam, para que nadie lo dude, significa oficialmente “sumisión”. Similares a los califatos son la Corona de Inglaterra desde Enrique VIII para los anglicanos, o Calvino para los calvinistas, Napoleón para media Europa, el padrecito Stalin para los Soviéticos, el führer Hitler para los que lo padecieron…)
Hoy sabemos mucho de esto. Ocurre cuando la fértil Inspiración es sustituida por la infecunda Organización. De las posibles organizaciones humanas, la del Sistema Jerárquico es un mal atajo hacia el orden, cuyo enorme prestigio está enquistado en el corazón del hombre. Es hoy un molde anticuado, que pudo ser conforme a la naturaleza provisional de la Humanidad, dentro de la vida evolutiva de la especie. “El principio de Peter”, libro de Lawrence J. Peter de 1969, es un estudio cabal de los inevitables males de esta forma de organización. El primero en esbozar el concepto fue Ortega y Gasset en la década de 1910, al dejarnos el siguiente aforismo: «Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes». En efecto, en un sistema Jerárquico, todos ascienden hasta hallar su nivel de incompetencia, para instalarse allí, petrificados en su mal-hacer, su infelicidad y su corrosivo empleo del poder sobre los que están debajo; y la buena marcha de la maquinaria social, de hecho, depende provisionalmente de los jerarcas inmaduros que, por recientes, aún no han alcanzado su nivel de incompetencia. El Maestro sabía.
Así lo revela la tierna, pero errada, solicitud de María Saloma, la madre de los hijos de Zebedeo, para con sus Iago y Juan (Mateo 20:20-28) “Dales a ellos un sitio a tu derecha en tu Reino”, que da pie a Jesús para instruir a todos: “Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no sea así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, sea vuestro siervo” [Mateo 20:25-27]

¿Donde se fueron los nicolaítas?
No se fueron.
Están aquí.
Es la Secta que triunfó.
Se quedó con el Santo y la Limosna, y desde el Concilio de El Cairo se impuso a las demás, con el peso del respaldo del obispo Orosio de Córdoba, Santa Elena del norte de Africa, y su hijo el Emperador Constantino de Roma. Están aquí. No se fueron; reescribieron a su manera los cánones de la doctrina, los Evangelios, los Hechos y las Epístolas. Y decidieron la Nueva Liturgia.
Jesucristo los describió con precisión sobrada, veamos:
[Ellos]
“…ansían los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí. Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Rabí, el Mesías, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es Avinu [Nuestro Padre], el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Ungido. El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo” Mateo 23:6-11.

Romualdo Molina